Se miraron felices. Carmen movió con energía su cabeza impulsando su rubia melena, que bailó alegre al son que le marcaba su dueña. Sus ojos chocaron con los de su prima, mezclándose las chispitas que despedían en un quiebro cómplice con los rayos del sol.

Mientras Diego y Pablo avanzaban, Carmen paró y permaneció unos segundos quieta, puesta su mirada en Patricia que de repente parecía pensativa. los chicos, al ver que avanzaban solos volvieran la cabeza. Algo en la actitud de Patricia les hizo quedarse también parados antes de seguir el descenso a la orilla.

—Qué raro —dijo al fin Patricia—. primero, un puente sin río, y ahora, un río sin puente; no podremos atravesarlo. Puede que sea demasiado profundo o igual hay corrientes de esas peligrosas. ¿Qué vamos a hacer?

—Pues lo que teníamos planeado… —dijo Carmen, tratando de calmar las inquietudes de Patricia, cuyas dudas sensatas no sabía resolver en ese momento–. Primero, nos refrescaremos en el río; comeremos algo tranquilamente y luego miraremos cómo y por dónde podemos atravesarlo para buscar las cuevas. Seguramente, el año pasado, el río pasaba por debajo del puente, pero con las tormentas y las inundaciones de esta primavera ha debido cambiar su curso.

—¡Pero si Tatiana y Jorge lo han visto este verano!   —afirmó Diego con rotundidad, sin comprender muy bien cómo se le podían olvidar a su hermana cosas tan elementales.

Patricia miró a sus primos pensando que nada de eso resolvía sus dudas, pero que podrían seguir los consejos de Carmen y aplazar la solución para el momento en que ya hubieran descansado después de un buen baño y una agradable comida.

Mientras Carmen, Diego y Patricia hablaban, Pablo ya se había puesto manos a la obra; se había acuclillado a la orilla del río y se disponía a meter sus manos en el agua. De repente, su voz sonó espantada.

-¡Uf! ¡Qué asco!, ¡qué asco!, ¡qué asco!

-¿Qué te pasa, Pablo? –preguntaron los tres casi al unísono.

-Que el agua está asquerosa.

Los tres sabían lo escrupuloso que era Pablo, por lo que no dieron demasiada importancia a los exagerados gestos de asco que seguía haciendo. Así que, mientras reían, se fueron quitando la ropa hasta quedar en bañador.

Diego fue el primero que se acercó a la orilla para meter el pie con cuidado y apreciar la temperatura del agua, que ya barruntaba sería, cuando menos, fresquita. Pero Patricia, acostumbrada a bañarse en aguas de cualquier temperatura sin importarle lo muy frías que pudieran estar, se metió en el río de un salto.

Carmen se quedó paralizada junto a su ropa al escuchar los gritos de los dos.

Diego había metido un pie y parecía que no lo podía sacar, con apreciable esfuerzo intentaba sacarlo sin lograrlo. El líquido parecía sujetarlo.

Patricia permanecía en la orilla chillando, pero sin intentar salir del agua. La confusión para Carmen era total.

¿Alguien me puede explicar qué pasa?

¡Cuidado, no te metas al agua! —Le grito Diego justo en el momento en que lograba mover su pie y sacarlo. Después le dijo a Patricia que hiciera un esfuerzo y saliera del agua rápidamente.

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